Hace un tiempo, los fisiólogos vegetales se dieron cuenta de
que les fallaba el plan, las plantas florecían sí, pero no sabían por qué
ocurría, así que propusieron un modelo (esto es algo que se hace mucho en
ciencias en general cuando no tienes ni idea de cómo va algo, y se basa en dar
una explicación posible a ese hecho) este modelo era el del florígeno, una molécula
que según ellos funcionaba de una forma que nadie había visto hasta la fecha y
que no podían demostrar (básicamente siguieron la misma táctica que todo hijo
de vecino ante un “justifique su respuesta” en un examen).
Total, que el modelo se quedó, porque claro, no había pruebas en contra (que tampoco a favor, pero ya tal) y 62 años más tarde, alguien estaba haciendo algún tipo de experimento con una hoja y se topó con una molécula que cuadraba perfectamente en este modelo (casualidades de la vida, no habrá biomoléculas en una hoja...), esta molécula cumplía todos los requisitos:
Se podía formar por una exposición de la planta a bajas temperaturas, se movía desde las hojas a zonas en crecimiento y conseguía actuar como señal de inicio de la floración incluso a través de injertos (que era un requerimiento del modelo), que básicamente consisten en coger una rama gruesa cortarla e introducirla en un tajo que se le ha hecho a otro árbol (a alguien le molaría la idea de tener un árbol que da dos frutos, optimiza el espacio).
¿Lo gracioso de todo esto? A día de hoy el florígeno es una realidad esquiva, sabemos que está porque funciona, sabemos que hay genes que se activan, pero el florígeno en sí, es un mero concepto teórico para la fisiología, no hay caracterizaciones o aislamientos de esta molécula que hayan obtenido algo concluyente.
¿Cuál es la moraleja de esta historia queridos niños? ¿Que la ciencia es compleja? ¿Que la fisiología es un peñazo? No, que, como todo en la vida, en la ciencia también va bien tener suerte de vez en cuando, y que por mucho que queramos, hay cosas en esta vida que se escapan a nuestro alcance, la naturaleza siempre encuentra formas de sorprendernos.
Referencias:
Azcón-Bieto, J. y Talón Cubillo, M. 2008, Fundamentos de fisiología vegetal, McGraw-Hill Interamericana de España. 506-507.
Total, que el modelo se quedó, porque claro, no había pruebas en contra (que tampoco a favor, pero ya tal) y 62 años más tarde, alguien estaba haciendo algún tipo de experimento con una hoja y se topó con una molécula que cuadraba perfectamente en este modelo (casualidades de la vida, no habrá biomoléculas en una hoja...), esta molécula cumplía todos los requisitos:
Se podía formar por una exposición de la planta a bajas temperaturas, se movía desde las hojas a zonas en crecimiento y conseguía actuar como señal de inicio de la floración incluso a través de injertos (que era un requerimiento del modelo), que básicamente consisten en coger una rama gruesa cortarla e introducirla en un tajo que se le ha hecho a otro árbol (a alguien le molaría la idea de tener un árbol que da dos frutos, optimiza el espacio).
¿Lo gracioso de todo esto? A día de hoy el florígeno es una realidad esquiva, sabemos que está porque funciona, sabemos que hay genes que se activan, pero el florígeno en sí, es un mero concepto teórico para la fisiología, no hay caracterizaciones o aislamientos de esta molécula que hayan obtenido algo concluyente.
¿Cuál es la moraleja de esta historia queridos niños? ¿Que la ciencia es compleja? ¿Que la fisiología es un peñazo? No, que, como todo en la vida, en la ciencia también va bien tener suerte de vez en cuando, y que por mucho que queramos, hay cosas en esta vida que se escapan a nuestro alcance, la naturaleza siempre encuentra formas de sorprendernos.
Referencias:
Azcón-Bieto, J. y Talón Cubillo, M. 2008, Fundamentos de fisiología vegetal, McGraw-Hill Interamericana de España. 506-507.
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